Un buen sábado

Bien pronto, entre nueve y diez de la  mañana recibí un mensaje de Juan Pablo Kincess, aún no he determinado si aún yo estaba desprevenida o por el contrario supo camelarme, la cosa es que al rato lo invite a subir a mí habitación y le hice una soberana mamada.

 

Pasado el mediodía hablé con Jesse Clary, él es una persona dominante y amante del BDSM, tampoco se muy bien la razón por la que decido acompañarle y estar un rato bajo sus manos.

Me llevo a un club al que él suele ir, me pidió que me apoyará en una mesa, todo ello con muy buena educación, luego empezó a arrearme palmaditas en el trasero, las cuales se transformaron en palmadas para terminar en verdaderos manotazos, su buena educación seguía intacta, pero mí culo no pensaba lo mismo.

Tras la azotaina me hizo poner en un potro, no me dejo quitar el body de latex, Jesse quiso que yo sintiese la presión del dildo del porto intentando entrar en mi coño. Durante todo el tiempo que me tuvo en el potro él no aparto la vista de mi cara, debía de querer ver la reacción que tal juego imprimía en mí rostro.

Necesitas algo largo, grueso e incansable que te folle, oí que decía. Al fin pensé, ya quiere que sea suya, como si hasta entonces no lo hubiese sido. Me pidió que me desnudase del todo y sustituyese las botas por una zapatos. Luego fuimos a otro sitio igualmente desconocido para mí pero no para él.

Yo no esperaba ser follada por una máquina, esa es la idea que tenía Jesse cuando me dijo lo que yo necesitaba. Al principio me rebelé contra tal situación, pero yo estaba atada a tal aparato. El frio de la parte fálica de la máquina me producía repulsión, Resulto ser un polvo interminable, incansable, ¡¡¿cómo iba a cansarse una máquina?!!, al rato gracias al calor que iba cogiendo el acero y gracias a los aceites lubricantes el malestar se convirtió en placer, al terminar la sesión le agradecía a Jesse el mediodía que acaba de hacerme pasar.